Su Hijo y la Nueva Era

Una Parábola

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En lo alto de la montaña y mirando al valle estaba el Rey. Tenía como fondo el sol, que empezaba a ocultarse. Su figura se alzaba como un monumento de fuerza inflexible. Sobre su cabeza se arremolinaban hostiles y negros nubarrones. Vientos furiosos golpeaban contra su capa. Aun cuando con una palabra pudo haber reprimido aquel asalto, no quería distraerse. Sus ojos estaban fijos en el valle, allá abajo. No dejaba pasar un detalle, por pequeño que fuera, y así seguía el movimiento de los ejércitos que se reunían. De repente, su atenta mirada se detuvo en una figura un tanto difusa, bien escondida para el observador descuidado. Furia y agonía cruzaron por el noble rostro del Rey.

«Una vez yo cuidé de ese impostor», musitó, «pero el príncipe de las tinieblas sólo se amaba a sí mismo. Lo hice fuerte y hermoso, pero usó mis dones para construir su propio trono. ¿Se imaginaría él que su fuerza rebelde podría ahogar mi poder e impedir mi plan? ¿Ha dicho tantas veces sus propias mentiras, que se ha llegado a engañar a sí mismo tanto como a mi pueblo? Su estúpido orgullo ha encendido esta guerra, pero muy pronto hasta sus ciegos esclavos verán el triunfo de mi reino».

 

La atención del Rey dejó de estar concentrada en el cuartel general del enemigo para fijarse en la ciudad cercana. Sus habitantes dormían despreocupados, presumidos, ajenos alas legiones que esperaban astutamente.

Lagrimas vinieron a los ojos del Rey mientras Ie hablaba a su amada ciudad. «Si sólo hubieras escuchado», susurró suavemente. «Si sólo hubieras sabido ... pero ignoraste mis advertencias y prefe­riste seguir tu propio camino. Sólo quisiste oír las agradables pala­bras que satisficieran tus propios sueños de egoísmo: mentiras y falsas promesas que sonaban mas gratamente a tus oídos que mi verdad.

»Pueblo necio, abre tus ojos y ve. Vine a amarte y a cuidar de ti, pero te desviaste. El ladrón vino a robar y a destruir, y tú lo adoras. Si sólo hubieras sabido hacia dónde te estás dirigiendo ...

Allá abajo, cerca del borde de la ciudad, donde el bosque se abría a un amplio claro, el siniestro ejército emergía como una masa fantas­mal y temblorosa. De pronto, sin un sonido, un mensaje irrumpió en sus consciencias: El príncipe ha llegado. Como si fueran uno solo, se inclinaron en una temerosa entrega, pronunciando su saludo:

¡Salve, Príncipe de las Tinieblas! ¡Señor de la fuerza! ¡Salve! Ante ellos se alzó la enorme y oscura figura del príncipe.

 

Mis amigos -les ronroneó--, ¡he oído que habéis hecho un buen trabajo! Una onda de alivio se movió por sobre aquella masa.

 

¡Infórmadme sobre vuestros progresos! Su voz chasqueó como un latigazo sobre los temerosos esclavos.  ¿Habéis capturado la ciudad? ¿Está su gente dispuesta para seguir?

 

El silencio pendía como una siniestra espada sobre los tembloro­sos guerreros. Tiranos presuntuosos lejos de su amo, se acobardaban como perros asustados ante su presencia. Finalmente, una criatura dio un paso al frente. Señor, el golpe está casi terminado. La ciudad ha cedido a tu control.

¿Cómo conseguisteis que se sometieran? -- demandó el príncipe.

Seguimos tu plan, señor. Nos dijiste que hiciéramos a los niños nuestro blanco. Reformar sus escuelas, contaminar sus películas ... ¡Un momento! ¡Un momento! Quiero detalles. ¿Quién se encargó de las escuelas?

¡Yo, señor! Una tosca figura caminó hacia adelante. Bajo la pesada capa que ocultaba sus formas, su cuerpo temblaba. Explica tu estrategia.

Seguimos un antiguo plan, señor. Tú nos dijiste que cambiára mos las etiquetas para que tuvieran aspecto moderno, y dio resulta­do. Primero, susurramos dudas acerca del repulsivo libro de verdad del Rey. Luego sembramos visiones quiméricas del Nuevo Mundo en las mentes de los educadores. Les mostramos imágenes irresisti­bles de su divinidad, del poder de su Yo, del placer del sexo, y de la paz de la unidad global bajo tu poderoso reinado. Más despacio, y describe sus reacciones.

Los que estaban dispuestos a la transformación se emocionaron con sus nuevos descubrimientos. Rápidamente incorporaron tus ideas en sus programas.

¿Es eso todo?

¡No, hay mucho más! También les dijimos que los valores del Rey estorban la libertad, el crecimiento y la felicidad del Yo. Para construir un mundo mejor, ellos deben desechar las limitaciones obsoletas, y pavimentar nuevas vías hacia conocimientos más altos y hacia la unidad espiritual. Rápidos en entender, los niňos están aprendiendo a ridiculizar a los arcaicos patrones del Rey y la estre­chez mental de sus súbditos. ¡Pronto van a odiar a todos aquellos que se opongan a tus planes!

¡Bien hecho! --dijo el príncipe con una mueca—. Pero, contrólense.

Escrutando la oscura masa, gritó: ¿Quién está encargado de la música?

 

Una criatura que estaba agazapada se escabulló hacia adelante. Yo, señor.

 

¡Informa sobre tus progresos!

 

Hemos reavivado tu fórmula infalible: ruido, drogas y deleite sensual. Esta fórmula bloquea la razón y mantiene abiertos nuestros contactos. Les proporcionamos diversión y nos aseguramos de que volverán por más. Con súbditos más entregados, ya no será necesario ocultar tu identidad. Ellos ansían tu salvaje malevolencia.

 

¡Bien hecho! Antes de gritar de nuevo, el príncipe se restregó las manos en evidente señal de regocijo. ¡El siguiente! ¿Quién transformó televisión?

 

¡Nosotros! -dijo una voz chillona. Una figura pequeña y rechoncha empezó a caminar hacia el frente.

Un batallón preparó caricaturas con magos y superhéroes que ganan batallas gracias a tu energía cósmica. Los niños quieren tener superpoder, por eso les hemos mostrado los tuyos. Por supuesto, camuflados.

¡Esplendido! —la cruel voz del príncipe se oyó excitadísima—. Pronto ellos van a querer más, y cuando estén atrapados, también van a querer verme. ¡Ah! Yo seré su dios y ellos aprenderán una nueva forma de adoración. Sigue, sigue. Dime más.

Hemos estado mostrando a periodistas, productores y escrito­res nuestra visión para el nuevo orden mundial -dijo riéndose—. Los hemos convencido de que los valores del Rey impiden el progreso. Hoy, los niños escogen su propio camino; es decir, nuestro camino ...

¡Mi camino, querrás decir! —chilló el príncipe.

¡Tu camino, si, señor! -tembló el comandante.

 

¿Encontraron resistencia?

 

No mucha. Normalmente, tus brillantes ideas los entusiasman.

 

¿Y qué me dices de los súbditos del Rey?

 

Muchos no se dan cuenta. Como los mantenemos muy ocupados en el estudio del Libro de la Verdad, no pueden diferenciar tus planes de los del Rey. Algunos tienen miedo de hablar. Los tontos que se quejan tienen que vérselas con nuestro escuadrón de castigo. Por lo general los silencian el ridículo y la exclusión. Se oyeron vivas de aprobación.

 

Por un momento, el príncipe se mantuvo mirando fijamente ala oscura masa de guerreros de rostros tapados. Estos miserables súbditos eran movidos a cumplir con sus órdenes no motivados por el amor y la lealtad, sino por el temor y el odio.

¡Observen a cualquier súbdito que se rebele! -les dijo-. Busquen agujeros en su armadura. Distraigan a los que quieren orar, pero por sobre todo, impidan que usen el Libro.

Relámpagos alumbraron el cielo y el ruido de los truenos fue en aumento hasta que se oía un rugido ensordecedor. Pero el Rey mantuvo su posición vigilante desde lo alto de la ciudad, esperando el momento preciso ...

 

De pronto, levantó su brazo derecho. —¡Cálmate! -gritó a la tormenta. Y la tormenta se tranquilizó allí en la cumbre.

 

Levantó su brazo izquierdo, y un batallón de soldados vestidos de blanco apareció ante él.

 

—¡Ha llegado el momento! He despertado a mi remanente. He hablado a todos los que tienen oídos para oír y ojos para ver. A todo aquel que no está ciego y atado por el engaño. A aquellos que no se han sometido al Príncipe de las Tinieblas.

 

»Les he dicho que se levanten, que tomen sus espadas, y que peleen por sus familias y sus hijos. Debéis tomar vuestra posición junto a ellos. Cantad con ellos la canción de victoria, y derrotad a las fuerzas del mal en el nombre del Rey.

Su hijo y la Nueva Era
, 1990, que es agota

Uno -- Las escuelas y la falsa espiritualidad